miércoles, 12 de agosto de 2009

Mi memoria es una erección



(Fragmento de entrevista con Jaime López, realizada el 27 de octubre de 2007, para la serie Entre hombres sin vergüenzas de Radio Educación)

Rockero rupestre, cuambiambero norteño, bolerorraperista y trovador deveras, Jaime López ha incursionado como compositor e intérprete en cuanto ritmo se le ha puesto enfrente. Desde su primer disco (Sesiones con Emilia, 1980), hasta el decimosexto más reciente (Por los arrabales, 2008), López ha visto crecer su público entre las nuevas generaciones de chavos que han escuchado sus rolas en las voces de músicos de la calidad de Cecilia Tousaint o Café Tacuba. Maestro del albur y el calambur, López juega con las palabras cambiando constantemente el sentido de la conversación pero, como buen poeta, mantiene la música del lenguaje y en sus respuestas descubre metáforas relucientes como si se sacara canicas de la bolsa.


Jorge Borja: Tú creciste en Matamoros, Ciudad Juárez, Nogales, y hasta en Cerro Azul, Veracruz, ¿de dónde te consideras realmente?
Jaime López: Recordando mi infancia, uno de los lugares que más me marcó fue Nogales, el desierto, La Vía Láctea; ya después entendería que somos una gran fraternidad de La Vía Láctea, la hermandad de La Vía Láctea por aquello de “hermanos de leche”. Creo que Nogales, sin despreciar a los otros lugares de mi infancia, es el que más recuerdo. Tengo muchas historias con respecto a ese lugar.
JB: ¿Y en estos lugares de la frontera cómo se aprende a ser hombre?
JL: Pues por contacto. Más que aprender a ser hombre, recuerdo desde muy temprana edad, estaban las inquietudes sexuales. De hecho, a veces digo que mi memoria es una erección, es una especie de indicador: desde que me acuerdo se me para, entonces es como el punto de referencia. Y no sé si se deba a la cuestión de la frontera que la sexualidad es una cuestión muy libre ahí, al menos así lo viví en la infancia. Y ahí es donde arranqué con las niñas, que regularmente me llevaban cinco o seis años más y ¡uff! ¡Muchas gracias, maestras!
JB: ¿Y cómo fue el salto que diste para convertirte en rockero, blusero y trovador?
JL: La guitarra se me atravesó por casualidad, todavía vivía en Cerro Azul, tenía como 13 años, entraditos los 14, cuando comencé a tocar una guitarra y por añadidura a componer, y después componer se volvió como mi método para aprender la guitarra y vine a dar al D. F. Me juntaba con la gente fina del rock de aquel entonces, entre Mixcoac, Iztapalapa, Portales, la Roma, ahora sí que la “ruta madre” y eso fue poco antes entrar a la prepa. Entrando a la prepa seguí en ese canal, aunque ahí el teatro me empezó a jalar un poco más. Y terminando la prepa, supuestamente, iba a arte dramático pero a la mera hora metí freno y fui a dar a otra carrera que había puesto como segunda opción: Letras Inglesas y no estuve gran cosa ahí porque dije “Zapatero a tus zapatos” y yo ya estaba metido con lo de la guitarra y había vivido ese ambiente de prehoyos fonkys, incluso había estado en Avándaro como espectador, y había tenido una leve decepción con ese mundo y el teatro me acogió. En 1973 trabajé con Carlos Ancira, quien era una especie de músico actor, aparte tuve la fortuna de platicar con él tras bambalinas. Es que curiosamente, cuando llegué al D.F., me topé con un libro de cuentos de Chejov y me volví un apasionado de este autor, y a don Carlos incluso le habían dado un premio en la Unión Soviética por haber presentado “El diario de un loco” que era más bien una novela de Chejov. El inspector de Mogol que Alejandro Jodorowsky adaptó a teatro, se volvió la obra de batalla de Ancira. Entonces él tenía mucho aprecio por la literatura rusa y nos poníamos a platicar. Le llamaba la atención que un chavo de 19 años como yo supiera tanto de Chejov.

La literatura me ha enseñado mucho de música

JB: De ti ha dicho Xavier Velasco que contigo sí se comprende que el rock no sólo es cultura, sino también literatura. Hay un gran acercamiento en el uso de tus letras, en todas tus canciones al quehacer literario que significa un trabajo muy decantado con la palabra. ¿Quiénes son tus modelos?
JL: A mí la literatura me ha enseñado mucho de música. Al principio cuando compuse la primera canción estaba todo junto, después fui desarmando. Y por supuesto me preocupaba por aprender mucho la guitarra que era mi instrumento base, ya después derivé a otros instrumentos. Creo que al principio era más que nada un guitarrista, la voz es lo que más trabajo me ha ido costando. La literatura se volvió realmente una gran enseñanza porque también depende de los maestros y en la prepa yo tuve dos grandes maestros; una era la maestra doña Lidia Oceguera, quien en una de esas nos comenzó a dar clases de métrica, de versificación, creo que yo era el único que ponía atención porque como ya era músico vi “ah mira, hay una especie como de solfeo en la palabra”. Entonces a la poesía ya no la veía como un arrebato del espíritu, sino como un mecánico todo lleno de grasa que desarmara los versos. Ella fue la que me hizo ver que había una especie de solfeo en la literatura, en el verso principalmente; y el otro maestro, curiosamente era su esposo, que me dio doctrinas filosóficas, y a veces parece que la filosofía no sirve para nada pero no es verdad. En esos dos maestros tuve una especie de filosofía de la composición y más que una arrebatada pasión espiritual por la literatura, comencé a ver como mecánico, desarmando cómo estaban hechos los versos y fijándome qué distinguía que algo fuera prosa o verso, o novela o cuento o drama. Entonces aprendí obviamente de la mano de los grandes autores como Chejov, Xavier Villaurrutia, Dylan Thomas -de hecho él era el culpable de que hubiera puesto Letras Inglesas como segunda opción cuando mucha gente de habla inglesa me decía “pues si nosotros no lo entendemos”, galés a fin de cuentas- y el conde de Lautreamont, que para mí los Cantos de Maldoror fueron como mi Biblia; no tanto como poeta maldito, poetas malditos son más como Rimbaud, Verlaine, Lautreamont era más grande. De hecho de él se supo hasta los imaginistas, hasta principios del siglo XX porque sus contemporáneos no lo conocieron. Más que como poeta maldito me gustaba mucho su sentido del humor, gozaba más leyendo los cantos que pervirtiendo mi espíritu, o tal vez por añadidura también sucedió eso.
JB: En alguna entrevista comentaste que en tu formación también abrevabas de los textos de Felisberto Hernández y Julio Cortázar.
JL: Con Julio Cortázar sí, Rayuela, la leí casi como lectura obligatoria gracias a doña Lidia Oceguera pero al final de cuentas terminé disfrutándola, después leí algunas cosas más. Pero sobre todo, gracias a “Voz Viva” oí cómo Cortázar leía sus cosas, lo cual le incrementaba el sentido del humor. “Conducta en los velorios”, la lees y de por sí te mata de la risa y leída por Cortázar peor porque toma un tono muy solemne. A fin de cuentas el sentido del humor tiene que ver con esa corriente alterna que hay entre el extremo de la solemnidad y la hilaridad. A veces se pone el sentido del humor en el extremo de la hilaridad pero creo que es ese fluido, esa corriente alterna que hay entre un extremo y otro, ese es el sentido del humor desde mi punto de vista. Con Felisberto di por alguna casualidad cuando nadie lo conocía, se supone que Cortázar habla de él pero yo me lo encontré más por andar esculcando librerías de viejo, que era una pasión cuando me encontraba en la prepa. Me iba por Hidalgo y recorría todas esas librerías y en una de esas me encontré Las hortensias, esta noveleta o petit nouvelle, de Felisberto y de ahí me volví un cazador empedernido de todo lo de este escritor. Felisberto era pianista, hay músicos que han sido grandes escritores: Boris Vian también es uno de ellos, estos son los que he leído y me han apasionado al final de cuentas. Y así como digo que la literatura me ha enseñado mucho de música, creo que la música para escribir es muy importante, lo vemos en los dos ejemplos mencionados.
JB: José Joaquín Blanco te define como un poeta importante de una generación, ¿cuál es tu propósito, ser un poeta de la canción o ser un músico que se apoya en la poesía?
JL: Yo no soy poeta, yo sí trabajo. Un día Joaquín me preguntó “Oye, ¿que tú escribiste eso de una sola vez?” y yo le dije: “Sí, me salió muy espontáneamente”. Esto es una vieja discusión y de hecho, con amigos poetas la he tenido pero discusión en buena onda. Hay poetas a quienes les parece ofensivo que les digan que sus versos parecen una canción y para quienes hacen canciones es muy afortunado que te digan que es un poema. A final de cuentas yo me siento un compositor y creo que soy un compositor y a partir de eso es que he derivado en otras cosas y que te lleguen a decir que eres como un poeta es ganancia desde luego. Que no tengo un culto extraterrenal por la poesía ni por los poetas. Es como cuando dicen “La belleza es algo implícito en la mujer, una mujer fea es como un contrasentido”, pero también lo peor de todo eso es que en tal ensalzamiento haya poesía. Pienso, como todas las personas, más allá de la cruz de tu parroquia hay cosas que se te dan y cosas que no se te dan. Como dijera Borges, uno a final de cuentas no escribe lo que quisiera, escribe lo que puede; y tengo claro que antes que nada soy un músico con respecto a la palabra, no ataco la palabra desde otra perspectiva que no sea musical, rítmica sobre todo, y a través de la melodía vas definiendo ciertos sonidos, eres consciente de las sílabas, aprendes a fragmentar las palabras, en fin, creo que eso es tarea de compositor, no sé, supongo que de los poetas también. Para mí es un halago, de Texcoco, el que una canción mía resulte poética pero no creo ser realmente un poeta por principio, con el respeto que me merecen los poetas.
JB: Estuviste hablando de la técnica pero ¿y el sentimiento dónde lo dejas?
JL: Eso es antes que nada. Yo insisto que puedes tener toda la técnica del mundo pero si no tienes nada que decir no vale la pena, es como simular el orgasmo. Puedes tener una gran técnica para coger pero si nada más es una técnica para eso sirven los consoladores que dicen que son aun mejores. Echando a perder, o echando a aprender se pierde. Desde luego que a veces lo he logrado, a veces no. Pero sí creo que es lo mejor cuando la técnica y el sentimiento confluyen bien, y hay que estar preparados. La técnica te da la posibilidad de ser el receptáculo más o menos apropiado para una idea, para una sensación, una inspiración. Y muchas veces sí creo que una inspiración puede generar una técnica también, pero al final de cuantas creo que desde un extremo u otro la confluencia entre la cordura y la locura, la sobriedad y la ebriedad, la técnica y la inspiración es lo importante. Para unos, es la tarea encontrar precisamente el punto de equilibrio y de desequilibrio también.

Jugar escondidillas con uno mismo

JB: Se dice que eres una mezcla tremenda, has hecho cumbias, rock, blues, te comparan con una especie de Piporro del rock: un Piporrock; un Chava Flores; ¿tú con que autor te sentirías más cercano?
JL: Desde luego que para mí el Piporro, desde muy temprana edad es mi lengua nacional, para mí oír todos esos grandes momentos viendo cómo el Piporro pasó de la mera actuación a ser un compositor, un cantante, un intérprete de él mismo y generar un personaje, para mí eso es increíble. Aunque a veces se me compara con Chava Flores y yo no lo desprecio, simplemente creo que naturalmente a mí se me dio el Piporro.
JB: Tienes una canción a dúo con él, ¿cómo te sentiste grabando con don Eulalio González, el Piporro?
JL: Esa canción la había compuesto como veinte años antes de grabarla con el Piporro, precisamente pensando en el Piporro, ahora sí que no negando la cruz de mi parroquia una vez más. Muchos años después en una tocada en Monterrey se aparece el Piporro, no sé por qué fue a dar ahí, el caso es que le gustó. Yo estaba haciendo estos bosquejos de algo que a la postre fue Nordaka (disco de 1999). Resulta que en cuanto nos conocimos en el camerino, le platico de mi proyecto y le digo “no sé si quiera usted entrarle al toro”, y me dice: “Ya vas Jaimito, cuando quieras, cuando te des una vuelta”. Me la cumplió, estuvimos en su casa platicando, seleccionó las canciones que afortunadamente yo quería, la de “Por cigarros a Hong Kong”, y al día siguiente ya la estábamos grabando en un estudio de allá de Monterrey. Fue una gran experiencia con el Piporro, fue como esa cartita a Santa Claus que tarde o temprano se cumple.
JB: Dicen que Piporro era una especie de chilango que se hacía pasar por norteño y que en cambio tú eres un norteño que se hace pasar por chilango, ¿qué hay de cierto en esto?
JL: Pues sí, precisamente ora sí que “de dónde amigo vengo…” ahora sí que guardando las proporciones, yo no me quiero comparar con la grandeza del Piporro porque él es enorme, molestia aparte, pero sí hay eso, yo no sé por qué la gente se conflictúa con tratar de decir “si eres de aquí, eres de allá” y luego viene el facundazo cabralezco de “no soy de aquí no soy de allá…”, yo insisto “yo sí soy de aquí y soy de allá” y eso sucede con el Piporro, es doble el efecto de identidad o triple.
JB: En cada disco te estás reinventando, transitas nuevos caminos, entonces realmente ¿quién es el señor López?
JL: Todavía no doy con él, esquizofrenias aparte, qué bueno que lo planteas, es una muy buena pregunta, es como jugar escondidillas con uno mismo, y a veces das contigo y a veces no...

1 comentario:

  1. Cámara con este piporrocker, que buena entrevista mi Borja y ¿hay segunda parte?

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